La expresión “tener el corazón roto” no es solo una manera de expresar el dolor causado por un abandono: es real. Cuando sufrimos algún tipo de ruptura afectiva, especialmente de tipo romántico, nuestro cuerpo activa una serie de mecanismos que provocan el mismo efecto que el dolor físico.
Cuando nos «rompen el corazón», experimentamos dos fenómenos: por un lado una actividad hormonal inusual e intensa y por otra un desequilibrio en el sistema nervioso. Todo ello produce alteraciones en el funcionamiento del corazón que a menudo provocan síntomas de dolor físico. Tan real es que incluso tiene un nombre médico: miocardiopatía de takotsubo, popularmente llamada “síndrome del corazón roto”.
“Tener el corazón roto” es una forma metafórica de referirse a algún tipo de dolor emocional por la pérdida de alguien, sea porque ha fallecido o porque la relación se ha roto. En cualquiera de los casos, la pérdida repentina de una conexión que era importante para nosotros hace aumentar la producción de cortisol, una hormona que se libera en situaciones de estrés.
La secreción prolongada de cortisol en altas cantidades provoca alteraciones en la actividad del cuerpo: principalmente, un aumento de la actividad cardíaca y la constricción de los vasos sanguíneos; por esa razón sentimos que nos duele el pecho. También inhibe la actividad estomacal, motivo por el cual perdemos el apetito, nos puede sentar mal la comida o, si sufrimos algún problema gastrointestinal crónico, sus síntomas pueden volverse más intensos y frecuentes.
Pero esto es solo la mitad del problema: el recuerdo de una persona querida produce oxitocina, llamada popularmente “la hormona del amor” pero que está asociada a cualquier momento placentero. Lo que nuestro cuerpo experimenta cuando pensamos en alguien a quien queremos pero que ha desaparecido de nuestras vidas es algo parecido a una síndrome de abstinencia, porque sabemos que no podremos volver a disfrutar de la “recompensa” asociada a ese recuerdo, es decir, la compañía de dicha persona.
Finalmente, hay otro elemento que interviene: el sistema nervioso. Este consta de dos divisiones: el sistema nervioso simpático, que aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial; y el parasimpático, que las reduce. Estas dos funciones generalmente se activan por separado para regular un desequilibrio, pero cuando sufrimos una ruptura lo hacen simultáneamente. Básicamente, nuestro sistema nervioso está recibiendo mensajes opuestos que intentan “sobrescribirse” para regularse mutuamente, sin que ninguno de los dos llegue a cesar.
Como consecuencia, la actividad eléctrica del corazón se desequilibra, resultando en un dolor similar al de un infarto aunque a menor escala. También afecta a otras partes del cuerpo ricas en terminaciones nerviosas, y por eso sentimos fatiga y dolor.
Aunque suene muy dramático sí, es posible morir a causa de esto y de hecho ocurre. Los mecanismos que se activan al sufrir un abandono son los mismos que durante el luto por una muerte y, en ambos casos, ponen al cuerpo y especialmente al corazón en una situación de estrés que pasa factura sobre la salud física, además de mental.
Este fenómeno, llamado miocardiopatía de takotsubo, fue descrito durante la década de 1990 y es una condición médica estrechamente asociada al “síndrome del corazón roto”. Su nombre significa “trampa para pulpos” (takotsubo, en japonés) y proviene de un método utilizado en Japón para la pesca tradicional del pulpo, consistente en una especie de ánfora: cuando una persona sufre este tipo de miocardiopatía, su ventrículo izquierdo se dilata adoptando una forma similar a la de dicha ánfora.
Los síntomas descritos son similares a los de un infarto agudo de miocardio, principalmente dolor torácico y, en algunos casos, dificultad para respirar. Los cuadros más severos se dan en pacientes con cuadros de depresión, ansiedad o trastornos del sueño. En personas de edad avanzada o que tengan problemas cardíacos subyacentes, una miocardiopatía de takotsubo puede incrementar hasta un 40% el riesgo de morir por infarto.
Las personas con el “corazón roto” a menudo describen su dolor como “si les hubieran apuñalado”. De nuevo, esto no es solamente una metáfora: se ha comprobado que las zonas del cerebro que se activan como consecuencia de un rechazo social – como una ruptura – son las mismas que corresponden al dolor físico y, por lo tanto, nuestro sistema nervioso reacciona del mismo modo que si nos hubieran herido físicamente.
Parte de esto tiene su origen en nuestra historia evolutiva: siendo una especie gregaria, el rechazo social implica el riesgo de dejar de formar parte de un grupo; lo cual, para nuestros antepasados e incluso en épocas recientes, dificultaba mucho la vida y podía incluso ponerla en peligro. La neurología argumenta que los circuitos neuronales del dolor físico y el emocional evolucionaron para compartir los mismos mecanismos como una forma de alerta frente a ese peligro.
Por su parte, la psicología aporta su visión enfatizando la importancia que tienen las conexiones emocionales, no solo amorosas sino también de amistad y familia, ya que satisfacen esa necesidad gregaria y ancestral de sentirnos parte de un núcleo. Es frecuente que las personas que sufren algún tipo de abandono experimenten problemas de autoestima como consecuencia, al sentir que no han sido “suficiente” para otras personas o que han hecho algo mal que ha provocado la ruptura del vínculo afectivo.
Así pues, hay varias razones para justificar que “tener el corazón roto” no es solo una forma de decir o un exceso de drama, sino una situación tan real como inevitable; no solo en el amor, sino en las relaciones sociales en general. Mucho se ha escrito sobre corazones rotos, pero desde el punto de vista científico, curiosamente fue un dramaturgo quien lo definió con mayor exactitud: William Shakespeare, quien escribió que “las heridas que no se ven son las más profundas”.
Fuente: nationalgeographic.com.es
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