La ciencia detrás de la siesta: ¿Disminuye el rendimiento? ¿Cuál es su duración ideal?
¿Es buena la siesta? ¿Es mejor sucumbir al adormecimiento, o luchar contra él? Te contamos qué dice la ciencia sobre este fenómeno de sueño para poner fin a todas tus incógnitas.
¿Te has preguntado alguna vez si esa cabezada que echas después de comer es realmente beneficiosa para ti? ¿Si es mejor opción sucumbir a la sensación de adormecimiento tras realizar la comida de mediodía o, aguantarse, y luchar contra ella? Pues bien, un artículo publicado este mismo mes por científicos de la Universidad de Londres y de la Universidad de la República, en Uruguay, tiene como objetivo poner fin a esa incógnita.
Sin embargo, no han sido los únicos. Desde hace casi 20 años, numerosos psicólogos, expertos en metabolismo, ritmos circadianos e, incluso, científicos especializados en genómica, han estudiado este fenómeno de sueño post-comida, para intentar determinar si realmente es beneficioso o no para la salud y el rendimiento. Te proporcionamos un pequeño recopilatorio sobre cuál es la opinión de la ciencia respecto a la siesta.
AUMENTO DEL VOLUMEN CEREBRAL
Este reciente estudio presenta resultados realmente asombrosos y que proporcionarán una alegría a todos aquellos fanáticos de la siesta. Y es que, plantea la existencia de una relación de proporcionalidad entre la realización de una siesta habitual y el aumento del volumen cerebral. Se trata de una investigación realizada en una batería de hasta 400.000 voluntarios de entre 40 y 69 años.
El volumen cerebral es un factor de gran importancia para la salud mental. A medida que la edad avanza, el cerebro tiende a hacerse más pequeño, lo cual disminuye su rendimiento y supone un motivo de riesgo para el desarrollo de enfermedades como la demencia. Por esa razón, el estudio de procedimientos preventivos o remedios para esta reducción de volumen es de suma importancia para la lucha contra enfermedades mentales asociadas a la edad.
La investigación toma como método de procedimiento la aleatorización mendeliana, un proceso de estudio y medida de las variaciones en los genes. Así, los científicos observaron hasta 97 fragmentos de ADN destinados a determinar la predisposición de las personas a dormir la siesta. Se compararon entonces valores de salud cerebral y de cognición de personas genéticamente “programadas” para dormir la siesta, con otros de individuos que no tenían esas variantes genéticas. Los resultados fueron asombrosos: las personas con predisposición genética a dormirla se identificaban con aquellas con mayor volumen cerebral.
Sin embargo, el estudio únicamente determinó cambios en el volumen cerebral pues, por ejemplo, otros factores de importancia en la salud cerebral como el volumen del hipocampo, el tiempo de reacción o el procesamiento visual no presentaron modificaciones de unos voluntarios a otros. Además, el estudio contó únicamente con participantes de ascendencia blanca, por lo que los resultados no son generalizables a otra etnias.
Cabe destacar, a mayores, que no presenta datos sobre el tiempo de duración de la siesta, lo cual es, obviamente, fundamental para tener en cuenta sus beneficios. Por esta razón, se hace necesario comparar estos resultados con los existentes de estudios anteriores que sí proporcionan una respuesta a esas dudas aún existentes.
LA DURACIÓN IDÓNEA
Así, en el año 2006, la revista Sleep había ya publicado una investigación llevada a cabo por científicos de la Universidad de Flinders, en Australia, donde se comparaban los beneficios de siestas de diferente duración, así como se analizaban los elementos electroencefalográficos que pueden explicar estos beneficios. Así, se realizaron pruebas bajo cinco tipos diferentes de condiciones: la inexistencia de siesta, la de duración 5 minutos, de 10, de 20 y de 30 minutos.
En este caso, el estudio sí tiene unos límites y unas condiciones perfectamente determinadas. Constó de 24 voluntarios jóvenes adultos, sanos y en cuya rutina no constaba la siesta. Dormían a partir de las 15:00 del mediodía el tiempo indicado en cada caso y se les realizaba un test de conducta y otro cognitivo en un espacio de tiempo de 3 horas desde el momento que despertasen. Los resultados fueron fascinantes.
Cuando los voluntarios dormían 5 minutos, los beneficios frente a no dormir eran casi inexistentes, mientras que, cuando la siesta era de 10 minutos, se registraban mejoras inmediatas en latencia de sueño, en somnolencia subjetiva, en fatiga, vigor, rendimiento cognitivo… que, además, se mantenían hasta los 155 minutos tras el momento de despertar.
Por otro lado, cuando el tiempo de sueño era de 20 minutos las mejoras surgían 35 minutos después de despertar y sus efectos sólo duraban 125 minutos. Finalmente, si la siesta se alargaba hasta los 30 minutos, el periodo de alerta y el rendimiento se deterioraba inmediatamente después, las mejoras no aparecían hasta 45 minutos después, y se mantenían 155 minutos.
De esta forma, los resultados muestran mejoras en todos los casos (aunque en el de 30 minutos son precedidas por el empeoramiento de ciertas facultades), pero muestran un claro ganador en cuando a mantenimiento de los efectos y inmediatez de los mismos: la siesta de 10 minutos. Los autores del estudio establecieron, por lo tanto, que dormir unos 10 minutos después de las comidas es la mejor opción para rendir de forma eficiente el resto de la tarde.
APRENDIZAJE DEPENDIENTE
Por otro lado, parece ser que si tu objetivo no es la productividad y el rendimiento, sino el asentamiento en el cerebro de nueva información o el aprendizaje de ciertas habilidades, el tiempo idóneo de siesta será de 60 minutos. Y es que, ¿nunca te ha dado la impresión de que algo que has estudiado o aprendido el día anterior, se retiene mejor en el cerebro al día siguiente, tras un sueño reparador?
Pues bien, este tipo de aprendizajes se conocen como sueño-dependientes y se suelen retener en el córtex visual, el cual adquiere mayor plasticidad durante el sueño. Por lo tanto, en muchos casos, el aprendizaje de nuevas habilidades requiere un entrenamiento post-nocturno, que depende directamente del rendimiento de esta zona y, por lo tanto, de su plasticidad.
Así, un estudio realizado por científicos de la Escuela de Medicina de Harvard y publicado en la aclamada revista Nature, determinó que ese tipo de aprendizaje puede lograrse en humanos tras una breve siesta de 60 minutos, de forma tan eficiente como tras un largo sueño de 8 horas. De esta forma, el post-aprendizaje sería el mismo en términos de magnitud, de dependencia de la etapa del sueño y de especificad retinotópica, es decir, de eficiencia en el paso de información desde la retina a las neuronas.
Fuente: nationalgeographic.com.es